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martes, 3 de marzo de 2009

Darwinismo metafísico: frase en caida libre



Con la celebración del centenario de Darwin, los darwinistas están que tiran la casa por la ventana. En los domingos de ABC, de anteayer, 1 de Marzo, Ayala se expresaba así:

La Teoría de Evolución por Selección Natural de Darwin proporcionó los teólogos el "eslabón perdido"en la explicación del mal en el mundo.

Una frase muy complicada y resbaladiza porque, partiendo de suposiciones complejas, emplea juegos de palabras arriesgados. Al menos dos suposiciones metafísicas: Primera, que el mal en el mundo tenga una explicación y segunda, que esta interese a los teólogos. Luego, un juego de palabras de alto riesgo, asociando el giro "el eslabón perdido" con la palabra teólogos, como si algún teólogo hubiese querido en algún momento buscar eslabones perdidos (¿puede ser una alusión oculta a Tehilard de Chardin?), o como si la explicación del mal en el mundo fuese cuestión de eslabones perdidos.

Finalmente, tanto Ayala como la periodista (Pilar Quijada), se olvidan de auscultar el aspecto central de La Teoría de Evolución por Selección Natural de Darwin. Es decir, a parte de esas grandes aportaciones contenidas a presión en una frase que nadie se toma la molestia de explicar, ....¿proporcionó dicha teoría lo que debía haber proporcionado, es decir una explicación de la especiación? Diríase que no.


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viernes, 26 de octubre de 2007

Cuando el mundo se hizo materialista




La conversión del mundo al materialismo, a la que me he referido antes no es un producto de mi imaginación. En su novela “El intruso” (1904), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) explica:


El hombre moderno no debía perder el tiempo preguntándose sobre el origen del mal o si la naturaleza está corrompida por el pecado: las dos grandes preocupaciones de la moral cristiana. Bastábale saber que la naturaleza, buena o mala, se modifica o transforma por el trabajo. Poco importaba el origen del mal; lo interesante era combatirlo y vencerlo, sin optimismos ni pesimismos, llevando como único guía el esfuerzo continuo hacia el mejoramiento.
El hombre estaba condenado a hacerlo todo por su propia energía, sin la esperanza de fantásticas protecciones. El trabajo es su ley. El oficio de ser hombre era glorioso y duro. Sólo podía contar con un apoyo: la ciencia. El progreso de los conocimientos positivos, la industria y la evolución incesante de las sociedades modificaban la concepción de la vida y de sus fines. El hombre moderno, valiéndose de la crítica, tenía una idea justa de los límites de sus conocimientos. Ni soberbias, ni desmayos de humildad. No afirmaba con orgullo conocer lo absoluto ni el origen de las cosas. Pero ¿Es que las religiones sabían más que él? ¿Eran racionales las explicaciones de los que creían en una Providencia amparadora de la injusticia y en un plan de creación ideado por unos hebreos ignorantes?.
En cambio, el hombre conocía gracias a la ciencia, el mundo que le rodeaba mucho mejor que las religiones. Si no sabía la causa primera de muchos fenómenos, había descubierto y utilizado las relaciones que los ligan y, en vez de ser siervo de la naturaleza, como en los tiempos de barbarie religiosa, la tenía a sus órdenes, haciéndola trabajar para su comodidad y sustento. Ante él se abatían obstáculos que parecían eternos; la mecánica aprovechaba las fuerzas naturales; modificábase la faz de la tierra; suprimíase el espacio al acortarse las distancias, y el planeta parecía empequeñecerse, haciéndose cada vez más confortable, como una habitación dentro de la cual la humanidad iba encontrando satisfechas todas sus necesidades.
El hombre ya no quería fundar su moral sobre lo desconocido, sobre dios, fantasma bondadoso o terrible de la infancia de la humanidad. Tampoco podía tolerar la moral cristiana, basada en la resignación y en la abstención. Esta moral no había sido más que un arte de mutilar la vida bajo pretexto de guardar sus formas más altas, o sea las espirituales.

- Hay que aceptar la vida tal y como es y vivirla toda entera- dijo el médico con entusiasmo-. Nuestra moral es simple y valiente: se resigna a la compañía de los hombres, sabiendo que no existen los ángeles, y los acepta tales como son. No pasa la vida orando y contemplando lo perfecto y lo eterno, sino que arrostra el encuentro de lo malo y de lo feo y hasta lo busca, ya que existen, para combatirlos y triunfar de ellos. No mira al cielo, pues sabe que no lo hay; examina la tierra que es realidad, y, en vez de tener las manos siempre juntas en el rezo que salva el alma, empuña los rudos instrumentos de trabajo, labora, lucha, suda, en su eterna batalla contra el suelo por transformarlo y embellecerlo, pensando que las fatigas del presente serán buenas obras para la humanidad del porvenir. Nuestra moral tiene callos en las manos. No son, como las de las monjas, blancas, suaves, con palidez de nácar, cruzadas en el pecho, mientras los ojos en alto buscan a Dios.”

lunes, 9 de julio de 2007

Reflexiones para un cambio (II): El biólogo ante la prensa.




Un nombre tiene significados diferentes, a veces opuestos. La prensa de uva, como la de la fotografía, retiene la pulpa y el hollejo y ofrece el mosto. La prensa de los diarios, a cambio, cada vez retiene más el mosto y ofrece a sus lectores el hollejo.

Por ejemplo: ¿Qué es el ser humano?. La prensa, con el apoyo de algunas figuras de la biología moderna, que no de sus resultados, insiste en la existencia de un conjunto de características moleculares propias del ser humano. Así, se puede leer a menudo que el Genoma Humano se parece en tal o en cual porcentaje al del chimpancé. Pero lo que ya no se ve tanto en los papeles es una explicación acerca de en qué pueda consistir la diferencia. No se habla aquí de diferencia cuantitativa, que hablando de especies no parece suficiente, sino cualitativa. ¿Existen elementos definidos en el genoma humano que no existan en el del chimpancé?. O, ¿más bien ocurre, como yo sospecho, que la principal característica del genoma humano hasta el momento estriba en su procedencia?. Porque si después de todo, resulta que la mejor definición de Genoma Humano va a ser el genoma obtenido del ser humano, entonces para ese viaje no se necesitaban alforjas. Sí, obtendremos aplicaciones prácticas, pero no saldremos de dudas.

El último diente encontrado en Atapuerca tiene 800000 años, cero más o cero menos, y se nos dice que es humano. Pero lo importante no es que cualquier diente o pieza sea o no humana, sino precisamente el por qué creemos, o no, que lo sea. Lo importante no es lo que se nos dice sino, justo lo contrario, lo que se oculta. Es decir: ¿Qué nos hace humanos?. Porque si hemos decidido ya, o alguien lo ha hecho por nosotros, que esta pregunta la tiene que contestar un experto en cladística o en PCR, en primer lugar esto ha sido sin avisar; y, en segundo lugar, entonces apaga y vámonos, porque esta pregunta, se haya decidido o no lo que sea, la contestamos todos con nuestro hacer, queriéndolo o no y valdrá más saberlo.

Cuando los resultados de la genómica han mostrado la complejidad que encierra el análisis de los genomas y que, básicamente todos los genomas de organismos eucariotas están formados por elementos semejantes, la divulgación científica parece, por el contrario, empeñada en defender a ultranza la existencia de diferencias entre especies, de un genoma propio y característico de cada especie, como haciendo de muro de contención ante la amenaza de que la realidad llegue a invadir al público inocente. Pero no, aunque se empeñe la prensa, no parece que la bioquímica vaya a definir por ahora lo que es ser humano.

Por otra parte, y entre paréntesis aquí, se insiste en la longevidad y en la salud como atributos principales; se abren las puertas a la clonación y reproducción asistida, facilitando que aquellos que tienen los medios económicos vivan más tiempo y dejen más descendencia. Al fin y al cabo, ¿qué es la Selección Natural sino única y exclusivamente esto?. Para no meter más paréntesis, otro día tocará hablar de la genética y su influencia en los conceptos y caracteres humanos.

En fin, ante este panorama, el hacerse uno preguntas del tipo de: ¿Cuál es la relación del hombre con la naturaleza?, resulta pedante y completamente fuera de lugar y tiempo; más que anticuado, obsoleto. Inútil intentarlo. La relación del hombre con la naturaleza es obvia: aprovechamiento de recursos y no necesita reflexión ninguna, sino más bien cada cual agarre su pieza del botín y sálvese quien pueda.

Al no encontrar una definición clara para el ser humano que la Biología no aporta, lo mismo que tampoco para el concepto de especie, las noticias tendrían que ser complicadas, o si no, prudentes y, a veces, simplemente humildes, del tipo: Vaya, pues de esto no sabemos nada, todavía. Pero no, por el contrario, el biólogo ante la prensa se ve obligado a cerrar filas en una defensa a ultranza de las normas establecidas, las diferencias entre especies y las peculiaridades del ser humano, ocultando así lo evidente: Sus características biológicas, su código de barras, su genoma está formado por elementos comunes a todos los seres vivos. Todos los genomas están formados con los mismos elementos: transposones y sus fósiles, secuencias repetidas.

Por todo ello conviene reflexionar si acaso no es la educación, y no el genoma, lo que nos ha hecho humanos durante milenios. A la hora de definir la condición humana, la biología tiene poco que aportar, sino más bien reconocer humildemente que la educación lo es casi todo y necesita un fundamento, no biológico, sino moral.



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