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miércoles, 12 de septiembre de 2007

Genética y Literatura III: La herencia y el alma de una familia en “Todas las almas”, de Javier Marías.




Las novelas memorables suelen ser el fruto de la experiencia traumática o perturbadora de su autor. Javier Marías escribió una novela memorable titulada “Todas las almas”, como el resultado de su experiencia de lector de español en la universidad de Oxford. La obra contiene descripciones radiantes y mordaces de las costumbres y los personajes ingleses.

Entre las andanzas de sus personajes por Oxford, el autor describe el curioso caso de un parecido entre tres miembros de una familia. Aunque es un poco largo, copio entero el fragmento que contiene la descripción:


“Y estaba ya acostumbrándome al parecido asombroso al final del almuerzo –al parecido espantoso entre padre e hija y a la nuca del nieto que encubría el suyo- cuando, sin terminar el postre y tras pedir permiso (el niño Eric era educado), el niño Eric se levantó y se dio la vuelta y pasó junto a mí camino de los lavabos. Fueron pocos –cuatro o cinco- los pasos que dio antes de rebasarme, pero durante el tiempo que duraron aquellos pasos dados –uno, dos, tres y cuatro; o cinco- pude ver con claridad y de cerca y al mismo tiempo las tres caras iguales, la del abuelo y la madre sentados y la del hijo que caminaba. El niño se fijó en mí durante esos pasos, como se había fijado al darse la vuelta en el vestíbulo del museo, y sin duda volvió a asociarme con quien debía asociarme (pero no diría nada porque era educado y tibio); y al seguir su madre y su abuelo con sus respectivas miradas la trayectoria que estaría siguiendo la de su hijo y su nieto, ambos posaron en mí sus ojos sin velo (ella por primera vez desde que estábamos en el restaurante, él por primera vez en su vida), y durante unos instantes los tres me miraron sin velo y al mismo tiempo (lo supe pero no lo vi, yo creo, porque estaba mirando al niño Eric que venía hacia mí de frente con sus cuatro o cinco pasos). Fueron muy pocos segundos (lo que duran esos pasos cuando los está dando un niño, los niños no saben andar lentamente), pero fueron suficiente para que entonces (y no en el vestíbulo del museo) viera algo en el niño que entonces (y no en el vestíbulo del museo) adquirió nombre: en los ojos azules y oscuros del niño Eric vi la sensación del descenso que todos los hombres sienten más pronto o más tarde. “No depende de los años exactamente había dicho Toby Rylands ( y lo había dicho antes de que terminara Hilary y antes de Semana Santa, antes de que empezara Trinity y de que el niño Eric se pusiera enfermo y viniera a Oxford cuando no era su turno), “hay quien la tiene desde que es niño, hay niños que ya la sienten ”. Así había dicho, eso exactamente, y eso exactamente fue lo que yo vi entonces, durante aquellos pasos- un niño que ya la siente-; pero además lo vi no sólo en la cara del niño, sino –por asimilación, por la semejanza, por el parentesco, por el parecido asombroso que resultaba espantoso- en la cara del viejo y en la cara de la mujer que conocía perfectamente (y en la que nunca lo había reconocido o visto) y que había y me había besado tanto. Aquellas tres personas, como dije antes, se habían transmitido su expresión y sus rasgos sin ahorrarse un detalle, y también se habían transmitido la sensación de descenso, “la sensación de descenso que todos los hombres sienten más pronto o más tarde”, pensé y recordé y volví a pensar.”




Expresión, rasgos, sensación de descenso, como de decadencia, todo ello compartido como constituyendo el alma, el carácter de una familia, asociado al propio carácter de una ciudad, Oxford. La preocupación por la herencia, que no es cosa nueva, sino bien antigua, depende de la preocupación anterior por el carácter. Heredamos lo que somos. La Genética, que estudia la herencia, es decir la transmisión de los caracteres, resolvió el problema del carácter tirando por el atajo y definiendo carácter como característica, pero el carácter no es solamente esto. Antes del nacimiento de la Genética la palabra carácter tenía significados más ricos y complejos.




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lunes, 10 de septiembre de 2007

Genética y Literatura II: La sangre y la herencia en "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán


En su obra “Los pazos de Ulloa”, Emilia Pardo Bazán describe el transcurrir de la vida en una finca gallega, en la segunda mitad del siglo XIX. Antes de casarse con su prima Nucha, de Santiago de Compostela, don Pedro, el marqués ,tuvo un hijo, Perucho, fruto de su relación con una sirviente. En unos párrafos que revelan un cierto maniqueísmo y en los cuales, los conceptos del bien y el honor se asocian de manera rancia y trasnochada con un origen social aristocrático, la autora se pregunta por la relación existente entre la herencia y la voluntad. Escribe:


En el alma de Perucho se verificaba una de esas encarnizadas luchas entre el deber y la pasión, cantadas por la musa dramática: El ángel malo y el bueno le tiraban cada uno de una oreja y no sabía a cual atender. Tremendo conflicto!. Pero regocíjense el cielo y los hombres, pues venció el espíritu de luz. ¿Fue el primer despertar de ese sentimiento de honor que dicta al hombre heroicos sacrificios?. ¿Fue una gota de la sangre de Moscoso, que realmente corría por sus venas, y que, con la misteriosa energía de la transmisión hereditaria, le guió la voluntad como por medio de una rienda?. ¿Fue temprano fruto de las lecciones de Julián y Nucha? Lo cierto es que el rapaz abrió la mano, separando mucho los dedos y los ochavos apresados cayeron entre los restantes con sonoro retintín.”

Asociar un comportamiento determinado con la herencia es hoy tema de debate. Si los rasgos principales del carácter fuesen heredados, entonces no habría mucho lugar para la educación, y hoy sabemos que la educación es importante. Pero tampoco la educación lo es todo y en algunos casos, aspectos clave del carácter están determinados por la herencia, de manera todavía desconocida.


Por otra parte: ¿Afecta la vida de nuestros antepasados a nuestro carácter?. Preguntarse esto hoy, es acercarse a las arenas movedizas de la herencia de los caracteres adquiridos, territorio en el que la Biología de hoy tiene desterrado a Lamarck. Será inevitable hacerlo algun día,……..



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jueves, 6 de septiembre de 2007

Genética y Literatura I: La enfermedad y la herencia en la obra de Émile Zola.


Además de explorar los rincones del alma de los personajes, siempre unidos indisolublemente con unos u otros paisajes de su entorno, algunos escritores se preguntan también cómo tiene lugar la transmisión del carácter de una generación a otra. Émile Zola confesó haber escrito la larga serie de los Rougon-Macquart obsesionado con esta cuestión a la que, obviamente, no encontró una respuesta ni única, ni mucho menos sencilla. Si definir el carácter no es tarea sencilla, mucho menos lo es encontrar los mecanismos de su herencia. Tampoco el estar al tanto de los avances en Genética hubiese cambiado mucho las cosas. Porque, aunque se dice que la Genética trata de la herencia de los caracteres, resulta que por avanzar, podemos acabar haciendo de lo complejo, algo sencillo.

La saga de los Rougon-Macquart, obra en veinte tomos que incluye novelas célebres como Nana o Germinal, representa la obsesión del autor por las intrincadas conexiones que existen entre la enfermedad, el desarrollo de una ambición asociada al ansia de poder y otros comportamientos patológicos. En definitiva, por el mal y su herencia en el seno de una familia.


La imagen muestra el árbol genealógico de la familia, en el que se indican sus enfermedades mentales. No está tomada de un libro de genética humana sino de un comentario de la obra de Zola. Existen otras versiones del árbol de familia (por ejemplo ésta de la Universidad de Pisa); pero, en todas, la información pertenece siempre incompleta y parcial fuera del contexto de la obra.

Refiriéndose al doctor Pascal, se dice en una de las novelas:

“Sin duda, la herencia no le apasionaba sino porque permanecía obscura, vasta e insondable como todas las ciencias balbucientes, en las que la imaginación es la señora,….”

Y también:

La herencia hace al mundo de tal manera que si se pudiese conocerla, captarla para disponer de ella, entonces se podría hacer un mundo a su gusto,….”


Tiene toda la razón. Si pudiésemos conocer la herencia, podríamos hacer un mundo de diseño. Esto significaría que conocemos el carácter y esto significaría única y exclusivamente que habríamos reducido ya el carácter al suficiente nivel de minucia necesario para conocerlo.

La complejidad, propiedad intrínseca e ineludible de la herencia (y de la evolución), fue puesta de manifiesto temprano por algunos geneticistas (y evolucionistas), cuyas ideas estaban al margen del reduccionismo predominante y que haría de la joven Genética una ciencia primero ambiciosa y prometedora, pero también si se mira con ojos críticos, frustrante. Precisamente frustrante por no haber escuchado atentamente lo que decían aquellos que desde el principio advertían de su complejidad.

Y es que la profundidad de la relación entre el carácter y el ambiente se había descrito ya mucho antes del nacimiento de la genética.

lunes, 30 de julio de 2007

Crucero con el coronel



Fascinado por el parecido entre Tom Cruise y un coronel alemán que, por lo visto, quiso matar a Hitler, me propongo escribir a partir de Septiembre una serie de entradas en relación con la herencia del carácter (o de los caracteres, ya veremos,……) enfín, con la Genética.
Ciertamente, Cruise se parece mucho al coronel von Stauffenberg. Personalmente, siempre he encontrado este tipo de parecidos inquietante, como si mostrasen la punta de un iceberg al que la Ciencia y en particular la Genética se acercan peligrosamente. ¿Revela el parecido físico un parecido en el carácter?. ¿Tendrán Cruise y von Stauffenberg un antepasado común cuyas culpas se hayan tenido que repartir a medias?. ¿Qué entendemos por carácter?. ¿Es algo que pueda someterse al Método Científico? O, ¿por el contrario su complejidad escapa al reduccionismo?.
Con los parecidos ocurre, como con tantas otras cosas, que nos reímos por no llorar. La risa provocada ante la visión de un sosia, es decir de una persona que es casi igual que otra con la que, a priori, no tiene ninguna relación de parentesco, oculta nuestra ignorancia y disimula una sensación de vergüenza por esta mona que cada día vestimos de manera diferente, pero sin conseguir disimular su verdadera naturaleza. Nuestra más auténtica naturaleza es la del no-saber y vistámosla como la vistamos, su pelaje asoma por todas las costuras. Llevada a su limite, nuestra ignorancia es tal que ni tan siquiera sabemos si somos únicos o no. Hasta cabe la posibilidad que de cada uno de nosotros tenga o pueda haber habido en otra época un sosia, es decir, como un semejante pero más semejante, un igual.
Los parecidos, los caracteres, su herencia,… fuentes inagotables para el estudio y la imaginación. La Genética entró fuerte en el estudio de la herencia; pero su análisis no termina de resolver antiguas dudas acerca del carácter, un toro bravo en cuya lidia la literatura se complace, mientras que la Ciencia parece eludirlo, por concentrarse en cosas más puntuales, más ligeras, más dóciles para estudio, que no lidia: quizás más en características que en carácter. Ovejas más que toro de lidia.
Porque a la par que el desarrollo de la Genética, hemos presenciado una pérdida de importancia en conceptos que tradicionalmente eran esenciales en la definición del carácter, dando así pie a que, algunos malpensados puedan asociar a los avances científicos con la pérdida de valores, así en general. ¿Yerran completamente quienes así piensan? O, por el contrario,… ¿el avance científico y la pérdida de valores podrían ser manifestaciones del mismo fenómeno?. Propuestas para un debate abierto que no se resolverá en cuatro días, pero que invita a la reflexión,.......



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